Amor fraterno, Eucaristía, Sacerdocio. Tres palabras que sobresalen en este día de Jueves Santo.
Tres palabras que, en este día, nos remiten a lo más nuclear de nuestra existencia cristiana. Antiguamente se decía que este día era uno de los tres jueves del año que relucen más que el sol. Y este jueves sigue reluciendo por el amor, por la eucaristía y por la institución del sacerdocio ministerial.
Celebramos el día del amor fraterno, solidario, servicial conjugando varios verbos y expresiones: “servir”, “abajarse”, “entregarse hasta el extremo”, “dar la vida por los demás”, “considerar a los pobres como amos y señores”, “descubrir en los pobres el rostro sufriente de Cristo”, “unir -como diría San Vicente de Paúl- el amor afectivo y el amor efectivo”...
Celebramos el día de la Eucaristía no como un precepto tranquilizador o una devoción privada, sino como lo que nos dice el Concilio Vaticano II en el Decreto sobre el ministerio y la vida de los presbíteros: “No se construye ninguna comunidad cristiana si no tiene como raíz y quicio la celebración de la Sagrada Eucaristía” (nº 6); “La Eucaristía es fuente y cima de toda evangelización” (nº 5). O lo que también subraya el mismo Concilio Vaticano II en el Decreto sobre el ministerio pastoral de los obispos: “La Eucaristía es el centro y la cumbre de toda la vida de la comunidad cristiana” (nº 30). Porque la Eucaristía es, en definitiva, la “experiencia fundamental de la Iglesia”.
Y celebramos la institución del sacerdocio dando gracias a Dios, porque a pesar de todos los pesares, sigue habiendo sacerdotes entregados a una tarea callada, sacrificada, abnegada, generosa... A pesar de todo, sigue habiendo sacerdotes “con olor a oveja”, como quiere el Papa Francisco; sigue habiendo sacerdotes que queman su vida por los pobres, por los marginados, por los desheredados de este mundo.